El sexo es una auténtica bomba de relojería para el ser humano. Una experiencia que nos lleva al límite tanto en lo físico como en lo psicológico… aunque siempre dependerá de cómo nos lo tomemos, por supuesto. Hay personas que disfrutan del placer sexual de una manera bastante rutinaria, dejándose llevar por las mismas posturas de siempre. Otras prefieren explorar, disfrutar de nuevas emociones cada vez más intensas… El sexo se está normalizando, y el hecho de que deje de ser un tabú es tremendamente positivo, pero debemos entenderlo en su contexto. La sexualización de la sociedad y la cultura no puede ir de la mano de una banalización, de una transformación del placer en un simple producto más de este sistema. Cuando conectamos sexualmente con otra persona estamos entregando una parte única y especial de nosotros mismos, y eso no se debe perder. Porque es lo que hace que el sexo sea tan fascinante.

Hay personas que pueden llegar a sufrir adicción al sexo, por engancharse a esa explosión de dopamina que se genera en sus cuerpos cuando tienen relaciones. Suelen ser hombres y mujeres con cierto tipo de trastorno de apego, que intentan llenar sus vacíos con sexo, y de hecho, lo consiguen. Sin embargo, como cualquier otra adicción, esta también puede ser peligrosa ya que nos engancha a aquello que nos hace disfrutar, hasta convertirlo en imprescindible. Sin embargo, en una sociedad donde el sexo se ve cada vez de forma más natural, ¿cuál es el límite entre el placer y la adicción? Si ambas partes disfrutan y hay diversión de por medio, ¿cuál es el problema en tener mucho sexo? Como ocurre con las sustancias, el problema viene cuando el sexo se convierte en algo imprescindible en nuestra vida, hasta marcar nuestra rutina. Nos afecta en nuestras relaciones sociales, en nuestro trabajo, y cuando no lo tenemos, nuestra sensación es mucho más negativa. Nos hace falta, ya no como placer, sino como necesidad. En muchas ocasiones, esto también deriva en la atracción por ciertos fetiches que se podrían considerar como… peculiares. En este artículo vamos a ahondar en ese oscuro y misterioso mundo de los fetiches sexuales.

La influencia de la pornografía

Los fetiches son comunes al ser humano, en tanto que cada persona tiene su propia forma de entender el placer a través de determinados estímulos. De hecho, estos no tienen por qué ser los mismos para todos, aunque hay algunos que suelen considerarse más habituales o “generales”. Las caricias en zonas erógenas suelen funcionar con prácticamente todo el mundo, pero a la hora de encendernos de verdad, cada cual tiene sus propias fantasías. Y muchas veces, por vergüenza, por tabú o por inseguridad, las enterramos en lo más hondo de nuestros pensamientos, ya que pensamos que son demasiado raras. Los fetiches sexuales cuentan, además, con ese punto especial de referirse a prácticas muy íntimas. De esas que solo compartiríamos con nuestras parejas.

¿De dónde nacen esos fetiches? En muchos casos hay una conexión casi natural con ellos, desde que tenemos uso de razón. Los psicólogos podrán decir que esos gustos especiales nacen en nuestra etapa de desarrollo temprano, cuando todavía no somos conscientes de lo que nos gusta, pero algo se graba en nuestro cerebro. Lo habitual, sin embargo, es que muchas de estas filias y fetiches sexuales tengan su origen en la relación que mantengamos con la pornografía. De hecho, para muchos el cine explícito es la primera toma de contacto que tienen con el sexo. Hay una etapa entre la niñez y la adultez en la que el porno se convierte en prácticamente nuestra única ventana a lo que significa el placer sexual. De ahí que una exposición a ciertas escenas con fetiches especiales nos pueda marcar de forma irremediable.

Del BDSM a los juegos de rol

Fetiches sexuales hay muchos, prácticamente como personas en este mundo, aunque es cierto que se repiten en muchas ocasiones. Cualquier objeto o práctica que nos provoque un deseo desmesurado se puede considerar una filia sexual. Y en muchos casos, ni siquiera debe tener una evidente conexión con el morbo o con lo sensual. Por ejemplo, a muchos hombres y mujeres les excita sobremanera el ser fustigados con un látigo por su pareja. Esto, que puede llegar a ser incluso peligroso en ciertos ambientes, se ha convertido en una de las fantasías más habituales de muchos. El BDSM juega precisamente con las prácticas de dominación y sumisión, siempre con la connivencia de ambas partes, por supuesto. Los juegos de rol, aquellos en los que cada parte de la pareja o del grupo toma un papel concreto en la relación, también son tremendamente populares. Pero hay mucho más allá…

¿Hasta dónde podemos llegar?

He aquí el quid de la cuestión. El tener un gusto inusitado porque nos tiren del pelo mientras disfrutamos del sexo en cuatro no es precisamente un fetiche extraño. Es algo bastante común, ya sea porque lo hemos concebido como tal gracias a la pornografía o porque naturalmente sale de nosotros el disfrutar con ello. Pero hay otras filias mucho menos extendidas que sí pueden considerarse extrañas. Por ejemplo, la clismafilia, que se da en aquellas personas que sienten un extremo deseo sexual cuando se les introducen diferentes líquidos por el ano. O la salirofilia, un fetiche que encuentra su sentido cuando se tiene sexo con personas que están sucias o huelen mal. ¿De verdad hay gente que disfruta con esas cosas? Por supuesto.

De hecho, las filias más extrañas suelen poner al límite nuestro respeto por la libertad de dos personas que son adultas para hacer lo que quieran entre ellas. Hay gente que se excita al recibir la orina o las heces de otros mientras tienen sexo. Hay personas que incluso se excitan al devorar literalmente la carne de la otra persona. Algunos de estos fetiches, como el de la necrofilia (sí, existe gente que se excita por el sexo con cadáveres) están incluso prohibidos o son ilegales. ¿Hasta dónde podemos llegar? Entre dos personas adultas y sin ningún tipo de coacción, la libertad es en principio absoluta. Sin embargo, cuando la integridad de la otra persona está en juego, deberíamos reflexionar sobre hasta dónde estamos dispuestos a llevar ese deseo que guardamos dentro.

Los tabúes en el sexo

Si lo pensamos detenidamente, es lógico que el sexo haya tenido siempre esa reputación de tabú en las distintas sociedades y culturas. Si bien no siempre se ha visto como algo “sucio” o pecaminoso, al ser una experiencia tan íntima, se ha preferido apartar de la charla habitual en público. Las cosas están cambiando en los últimos años, y ahora se naturaliza mucho más el placer sexual. Sin embargo, sigue habiendo tabúes, y muchos de ellos tienen que ver precisamente con el tema de las filias. Un fetiche extraño o peculiar deja de serlo cuando hay mucha gente que lo lleva a cabo, como ocurre por ejemplo con el beso negro, cada vez más habitual en las parejas jóvenes. El sexo no está hecho para tener límites, o al menos no para que sean otros los que los pongan, sin tener nosotros elección.